22 marzo, 2012

Nos reíamos, nos probábamos.

Como si no nos conociésemos de nada, como dos extraños que, de una manera u otra habían decidido acabar la noche juntos. Resulta extraño y a la vez gracioso, ya que llevamos juntos más de quince años. Pero quizás lo más curioso no sea eso, ya que a día de hoy es lo propio en una pareja. Lo mejor de todo es levantarse cada día con las mismas ganas verle, como si hubiera pasado de todo entre nosotros, menos tiempo y sorprenderme cuando, una vez más, me doy cuenta de que sigue a mi lado. Mantengo las ansias de desearle un buen día, o de llevarle el desayuno a la cama algún que otro domingo, o de las discusiones tontas, o de las peleas por el mando de la tele, o los ataques de cosquillas. Me gusta conocer su voz en todos los formatos y tener mis preferidos. Y de algo estoy segura, nunca me cansaré de su sonrisa y de aquello que tenga algún tipo de relación con ella, de sus labios, las grietas que el invierno les produce, el sabor salado que toman después de un día de playa en verano, sus besos en otoño o el color rojizo que parecen adquirir en primavera. No me importa conocer ya todos y cada uno de sus lunares, cicatrices, manchas de nacimiento y los centímetros que hay entre cada uno de ellos, pienso seguir investigando. Saber sus defectos, a qué se debe cada suspiro, cada estremecimiento, no es excusa. Conocer sus puntos débiles, lo que le saca de quicio o lo que le hace sonreír en cualquier momento, me gusta más que cualquier cosa y no entiendo como lo hace, pero logra sorprenderme cada día, y espero que eso no cambie nunca, porque es lo que más feliz me hace en este mundo de locos.