Ahora, empiezo a entender su sonrisa continua cuando estaban juntos. Las tardes que quedaban a pesar de haberse visto durante el día, las horas que podía pasarse solo con él y el porqué tenían de qué hablar en cada momento. La manera en que se miraban. El ansia con la que le esperaba al llegar la hora del recreo. El cómo podía hacerla tan feliz, ya desde las 8 menos cuarto de la mañana. Y cómo el sentirle cerca la hacía sonreír como nadie lo había hecho. Es una especie de comprobación, por no decir que ahora tengo la suerte de experimentarlo en mi propia carne. Cualquier persona de este puto mundo sería capaz de reír a su lado, aunque estuviera en unos de sus peores momentos, y os aseguro que sé de lo que estoy hablando. Nunca nadie ha tenido esa facilidad para alegrarme las mañanas, las tardes y las duras noches de estudio. El cómo un simple gesto viniendo de él hace que mis labios se dilaten y se dibuje una sonrisa en mi cara, la capacidad que tuvo para sacarme de donde estaba, es algo que nunca podré llegar a pagarle.
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